El caudal de las noches vacías
El caudal de las noches vacías

ISBN: 9788427039988

Fecha: 2013

Tamaño: 15.5 x 23.5 x 3cm

Páginas: 384

Editorial: Martinez Roca

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Sinopsis

«Lidia bajó del coche para acercarse al lugar desde donde se podían contemplar las olas marinas aguardando impacientes la llegada de las aguas dulces. Fue tal vez aquella espectacular visión lo que propició su frase: “El mar y el río se aman”.»
El caudal de las noches vacías es la novela más emotiva de la gran dama de las letras españolas. Mercedes Salisachs relata una hermosa y trágica historia de amor entre dos personas pertenecientes a mundos muy diferentes. El padre Guillermo, un joven culto y de profunda vocación religiosa, conocerá a Lidia, una madre divorciada de 40 años que tiene a su cargo un hijo adolescente. De lo que ocurra entre ellos solo el cielo será testigo…
Una narración excepcional. Una intensa historia de amor, de desengaño, de lucha, de creencias, de moral. Una lección de vida.

Primeras páginas





EL CAUDAL DE LAS NOCHES VACÍAS




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Dedico esta novela que será la última, a la persona
que siempre ha estado más cerca de mí. Gracias Rotita mía,
no dejes nunca de ser como eres.

Con inmenso cariño y reconocimiento por ayudarme a salir
adelante, incluso en los momentos más difíciles,
recibe un entrañable abrazo de tu abuela,
que desde que naciste te quiso de un modo especial.

M.S.



La conciencia es la voz del alma,
las pasiones son la voz del cuerpo.

J.J. Rousseau


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1ª PARTE
CLARIDADES BORROSAS


Anoche volví a soñar que me suicidaba. No es la primera vez que me ocurre. Sin embargo nunca consigo recordar el procedimiento que utilizo para quitarme la vida.

Lo único que tengo muy claro es el móvil. Se trata de una causa que nunca se modifica y que a medida que va pasando el tiempo, se convierte en una estatua caída del pedestal.

De hecho al despertar, el pedestal continúa en su lugar, pero lo único que sostiene es el aire.

Pese a todo, durante varios años alimenté la esperanza de que aquel pedestal volviera a sostener algo más que el vacío.

No podía aceptar que cuando instalamos peanas para enaltecer una bella estatua humana, de improviso sólo enaltezcamos cúmulos de remordimientos, de equívocos y de toda clase de amenazas que nos empujan a ingresar en la cárcel de un laberinto sin salida.

Imposible imaginar que aquel imprescindible viaje al “adiós” de tantas y tantas seguridades, pudiera transformar mi existencia en una máquina de ocultas autodestrucciones.

Tu siempre me decías: “Guárdate de la soberbia, sobre todo de la soberbia que se esconde en la humildad.”

Yo ignoraba hasta qué punto las humildades pueden traspasar la barrera de la vergüenza y considerarse dueñas de su propio destino. Y que las pasiones ardientes pueden morir de frío.

El calor interno que cegaba mi alma, pudo más que mi probable desvío hacia la vergüenza.

De hecho no es que yo considere la probabilidad de suicidarme. Lo cierto es que, cuando despierto y afronto el nuevo día, tengo la impresión de que, lo que el sueño intenta decirme, es que, aunque yo juegue a vivir, únicamente soy un suicida que continua respirando; que finge interesarse por lo que le rodea y que cuanto dice y hace, es un simple reflejo de la realidad.

Tiempo atrás (cuando mis sueños se reducían a esperar, a proyectar y a volcarme en esperanzas más allá de las contrariedades humanas), jamás sospeché que algún día acabaría inmerso en una derrota total hecha de contradicciones y de realidades aparentemente atractivas, pero terriblemente exigentes.

En aquel entonces las tinieblas eran procesos lejanos que fácilmente podían evitarse. Nada me obligaba a precipitarme hacia alternativas vitales capaces de corromper y destruir lo que siempre había considerado indestructible.

Dudar tampoco cabía en mis esquemas. Nada se tambaleaba. Todo era seguro. Lo esencial para mi en aquel tiempo, consistía en escalar el muro que separaba las realidades superficiales de las convicciones profundas bien cimentadas para adentrarme en ellas y alcanzar la verdadera felicidad.

Nunca dudé de mi mismo. Nunca imaginé que pudieran existir veranos invernales o nieves abrasantes.

En aquellos días todo para mi era primavera.

Pero no me daba cuenta de que las primaveras no duran eternamente.

Casi siempre acaban agonizando en los ardores del verano.

En el fondo todo lo que nos rodea es como un mar cambiable que nos convierte en islas.

Si analizamos a fondo nuestras inestabilidades comprenderemos que hasta los propios continentes son también islas.

En ocasiones creemos que los fracasos son triunfos. Pero el triunfo dura menos que una nube a punto de estallar en lluvia.

Y la lluvia es la gran precursora de las temperaturas ardientes que lentamente iban adentrándose en la costumbre.

A veces las costumbres cuando dejan de ser necesarias se van alejando de lo que consideramos inamovible.

Y surge la decepción. La necesidad de recuperar la calma perdida y la paz que siempre me concedías cuando vivía contigo.

Vivir contigo no era costumbre, ni rutina, ni causa de tristeza.

Era un pilar seguro que me alejaba de la terrible dictadura, que para colmo de ironías, todos llamaban libertad.

Cuando nos abraza lo que tanto nos conmueve y nos tortura el alma, abriendo puertas hacia lo que nos atrae, podemos, sin darnos cuenta, adentrarnos en la peor de las dictaduras.

¿Volver a empezar lo que perdí por culpa de una ráfaga de felicidad envenenada?

No merezco intentarlo.

Los destrozos que he causado más allá de mis sueños de una tambaleante felicidad, no pueden ser recuperables.

¿Cómo pude traicionar a Darío?

¿Cómo pude traicionarte a ti?

¿Cómo pude desorientar a tanta gente que confiaba en mis discursos y desasistidos de argumentos totalmente ajenos a mi verdad?

Cuántas veces Esteban me decía: “No hay amor sin conciencia limpia.”

Y añadía: “Ese tipo de amor sólo puede ser una magnificación del sexo. Por eso lo que llaman amor se acaba tan pronto.”

Esteban tenía razón. Y también Georgina, aquella muchacha que congeniaba conmigo sin comprender hasta qué punto yo ya no aseguraba con la firmeza de la convicción, lo que ella consideraba inamovible.

Ahora comprendo lo que antes sólo exponía por ser yo quien era: guía firme de una trayectoria certera.

Los días transcurrían sin alteraciones.

Desde mis convicciones, las renuncias eran siempre esperanzas que nunca decepcionaban y la imagen del suicidio ni siquiera asomaba en los momentos bajos que todo mortal experimenta si las trayectorias que proyectamos sufren algún fallo que se nos antoja importante.

Yo era ya huérfano y desasistido de familiares cercanos. Sin embargo no los precisaba. Tenerte a ti me bastaba. En mis soledades sólo cabía tu evocación.

Mi futuro era el constante presente de tu recuerdo. Nada turbaba mis mañanas. Lo esencial para mi consistía en hablar contigo; sentirme unido a ti para siempre.

Ese siempre que por muy largo que sea, se empeña en ser corto.

¿Por qué fui tan torpe? ¿Por qué crucé la frontera de mi verdad para olvidarte en la insulsez de las mentiras que se disfrazan solapadamente de realidades?

La imagen del suicidio surgió muchos años después: cuando el camino perdido era ya un desierto lejano y mi nueva vida había entrado en la fase de lo que se sumerge en la desorientación y en la amargura de haber renegado de lo que en ciertos momentos se había considerado un valioso tesoro indestructible.

En mis lucubraciones descubrí que suicidarse no consiste sólo en quitarse la vida. Existen infinidad de suicidios que la gente no valora ni considera dañinos, pero que pueden matar lucideces, confianzas, esperanzas, seguridades, inteligencias, gozos y efluvios de amores que jamás se desgastan porque desconocen el tedio.

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